Los Cuatro Seres Vivientes

Introduccion

El libro del profeta Ezequiel empieza con una dramática visión. Vio los cielos abiertos y en el medio de la deslumbrante brillantez vio cuatro seres vivientes. Los describe de la siguiente forma: ‘Y el aspecto de sus caras era cara de hombre, y cara de león al lado derecho de los cuatro, y cara de buey a la izquierda en los cuatro; asimismo había en los cuatro cara de águila’. (Ezequiel 1:10). Juan tuvo una visión semejante, relatada en Apocalipsis 4:6-7: ‘Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando’.

¿Cuál es el significado de estas visiones y de estos cuatro seres vivientes?

Cuatro hombres – un recaudador de impuestos, un hombre de ocupación desconocida, un médico, y un pescador – escribieron biografías de Jesucristo. Se llamaban Mateo, Marcos, Lucas y Juan (posiblemente no el que escribió el Apocalipsis). Nunca imaginaron que sus escritos (junto con los de Pedro, Pablo y otros) serían añadidos a las Sagradas Escrituras de los Judíos, resultando posteriormente en el libro conocido por millones cómo la Biblia. Nunca se imaginaron que lo que escribieron sería traducido a cientos de idiomas. La mera idea de que esto pudiera pasar, les hubiera chocado profundamente.

Mateo, Marcos y Juan, siendo Judíos, habrían conocido la visión de Ezequiel, pero no habrían tenido ninguna idea de que lo que escribieron tendría alguna relación con ella. Sin saberlo, estaban cumpliendo (en parte) lo que profetizaba Ezequiel. Estos cuatro evangelios están vinculados con los cuatro seres vivientes.

Mateo

El evangelio de Mateo corresponde con el primer ser viviente, el león. El león es el rey de los animales, y de esta manera Mateo representa Jesús como rey. La Biblia misma relaciona el león con el reinado y la tribu de Judá de la cual vino Jesús. En el libro de Génesis 49:9 y 10, Jacob profetizó: ‘Cachorro de león, Judá; de la presa subiste, hijo mío. Se encorvó, se echó como león, Así como león viejo: ¿quién lo despertará? No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos’. Mateo era un oficial del gobierno, y el más adecuado de los cuatro autores de los evangelios de delinear Jesús cómo rey.

Mateo comienza su evangelio con las siguientes palabras: ‘Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham’. Luego empieza a trazar el linaje de Jesús de Abraham hasta David, y luego recorriendo todos los reyes de Israel. ¿Qué podría ser más apropiado para aquél que estaba destinado para sentarse en el trono de David?

Solo Mateo narra la visita de los tres reyes magos las palabras que pronunciaron cuando buscaban a Jesús: ‘¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle’ (Mt 2:2)

Al final de Mateo, cuando Jesús comisiona a los discípulos les dice: ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra’ (Mt 28:18). Estas son las palabras de un rey.

Marcos

Marcos corresponde al segundo ser viviente, al buey, que es un animal sirviente. De esta manera, Marcos ve a Jesús como un sirviente, lo cual representa lo opuesto de un rey. Sirvientes son gente ‘desconocida’, lo cual es interesante ya que Marcos era una persona cuya profesión se desconoce. Las primeras palabras de Marcos son simplemente: ‘Principio del evangelio de Jesucristo’ (Marcos 1:1) [las palabras ‘Hijo de Dios’ que siguen, seguramente fueron añadidas más tarde, ya que no figuraban en el original). En Marcos no hay una genealogía, ni tampoco ninguna narración del nacimiento; lo cual no se esperaría al narrar la llegada de un sirviente. El libro de Marcos tampoco incluye muchas enseñanzas, pero el énfasis principal recae en los hechos de Cristo, o sea recalcando a Jesús en su rol de servir al Padre. Es también de interés que Marcos es el evangelio más corto (otra vinculación con el tema de sirviente).

Al final de Marcos, cuando Jesús comisiona a sus discípulos, Jesús dijo: ‘Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán’ (Mc 16:17-18). Se estaba refiriendo a las acciones que iban a llevar a cabo sus sirvientes.

¿Cómo se puede ser rey y sirviente a la vez? No existen roles más opuestos. Aquí en Inglaterra, como en varios otros países, la reina sólo es la cabeza constitucional del país. En antaño, los monarcas realmente gobernaban sus reinados y tenían poder absoluto. Se asemejaban más a los que entenderíamos hoy en día como primer- ministros y presidentes, o inclusive a dictadores modernos. En los primeros capítulos del libro de Samuel se describe la coronación de Saúl, el primer rey de Israel. Samuel es un buen ejemplo del poder que ejercían los monarcas con sus subyugues cuando dijo: ‘seréis sus siervos’ (1 S 8:17). En aquellos tiempos un rey podía decretar la muerte de cualquier persona que no le agradaba, y esto ocurría a menudo. Pero un siervo no tenía ningún tipo de derechos, pero tenía que obedecer todo lo que le decía su mayordomo.

Jesús cumplía perfectamente ambos roles de rey y siervo. Hablaba y actuaba como un rey. ‘Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra’ (Mt 28:18). Pero también vivió como un siervo y también empleó las palabras de un siervo ‘Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió’ (Jn 6:38). Obedecía constantemente la voluntad de su Padre.

Lucas

El tercer autor de los evangelios (Lucas), corresponde al tercer ser viviente. El ve a Jesús como un hombre. Lucas era médico, y se preocupaba por el pueblo, por lo tanto es lógico que vea a Jesús de esta manera. Sólo Lucas nos da todos los detalles humanos del nacimiento de Jesús. Nos relata la visita de Gabriel a María y su concepción. Sólo Lucas menciona el mesón y el pesebre donde Jesús durmió por primea vez. Similar a Mateo, Lucas provee la genealogía de Jesús, pero no de la misma manera. Mateo empieza con Abraham y la descendencia a través de David. Lucas empieza con María, y lo traza hacia atrás hasta llegar a ‘hijo de Adán, hijo de Dios’. En hebreo el nombre Adán significa hombre. Por lo tanto, podríamos traducirlo de la siguiente forma ‘hijo de hombre, hijo de Dios’.

Lucas nos provee con numerosos detalles personales de la vida de Jesús. Solo en su evangelio se nos narra como una pandilla de hombres le echa de Nazaret. Solo en Lucas se menciona como Jesús sudó en Getsemaní con gotas de sangre.

En la comisión al final de Lucas se incluyeron las palabras ‘y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén’ (Lc 24:47). Se enfoca aquí en el arrepentimiento, en como el ser humano responde al evangelio, y del perdón que resulta de esto.

Juan

El evangelio de Juan corresponde al cuarto ser viviente, el águila en vuelo. El águila pertenece a los cielos y por lo tanto representa a Dios. Juan ve a Jesús como Dios. Los otros tres seres pertenecen a la Tierra. Y como hemos de esperar, el evangelio de Juan es muy diferente al de Mateo, Marcos y Lucas.

Tanto el evangelio de Mateo y el de Lucas relatan el nacimiento y la genealogía de Jesús dentro de un marco natural (o terrenal). Pero en el evangelio de Juan no es así, ya que no se presenta el nacimiento de Jesús acorde a lo terrenal sino que el origen se sitúa en lo celestial: ‘En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios’ (Jn1:1). Un poco más tarde dice: ‘Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad’ (Jn 1:14-15). En Lucas se relata el nacimiento desde una perspectiva terrenal, en Juan desde una perspectiva divina.

Juan es el evangelio del ‘Yo soy’. Sólo Juan menciona las grandes referencias que Jesús usa para describirse a sí mismo, tales como: ‘Yo soy el pan de vida’; ‘Yo soy la luz del mundo’; ‘Yo soy la puerta’; ‘Yo soy el buen pastor’; ‘Yo soy la resurrección y la vida’; ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’; ‘Yo soy la vid verdadera’, ‘Antes que Abraham fuese, yo soy’. ¿Quién puede decir tales cosas, sino Dios? No ha existido ningún maestro o líder religioso que haya pronunciado palabras así antes.

Jesús nunca dijo directamente que era Dios, pero 21 veces (en el texto griego) en el evangelio e Juan pronunció las palabras ‘yo soy’ (εγω εἰμι). Siglos antes, Moisés le preguntó a Dios cuál era su nombre. Dios le respondió con las famosas palabras ‘YO SOY EL QUE SOY’ (Ex 3:14). Para los judíos ‘Yo soy’ formaba parte del nombre divino. Cuando Jesús dijo ‘Antes que Abraham fuese, yo soy,’ los judíos interpretaron sus palabras como si fueran una blasfemia, ya que se estaba pronunciando Dios. Cogieron piedras para apedrearle. En la ley de Moisés, se decretaba que se apedrearía a aquellos que habían blasfemado. (Vean también El Nombre de Dios y el Nombre de Jesús).

Hacia el final de su evangelio, Juan cita las palabras de Tomás: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’ (Jn 20:28). Él vio a Dios en Jesús.

Al final del evangelio de Juan encontramos la comisión: ‘Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío…Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos’. Como Lucas, la comisión en Juan incluye el perdón de pecados, pero esta vez los discípulos mismos reciben el poder para perdonar. Para los fariseos y los maestros de la ley esto constituía blasfemia. ‘¿Quién es éste que habla blasfemias?’ dijeron en una ocasión, y ‘¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?’ (Lc 5:21). Tenían razón a un nivel. Sólo Dios podía perdonar pecados, pero Dios había venido a morar en el ser humano.

¡Qué contrastes! Rey, sin embargo siervo, hombre, pero a la vez Dios. ¡Qué increíble y qué maravilloso! ¡Realmente está más allá del entendimiento humano! ¿Acaso ha existido otra persona en la historia humana que haya combinado tales contrastes (opuestos)? Sin embargo, eso es lo que era Jesús: el rey sirviente, el hombre-Dios.

Una visión del cuerpo de Cristo

Podríamos concluir razonablemente que el profeta Ezequiel y Juan en el Apocalipsis estaban viendo visiones de cuatro aspectos diferentes de Jesús. Podríamos concluir aquí nuestro estudio, satisfecho con haber visto los modelos en las escrituras, y regocijándonos en la nueva luz que con la que podemos ver mejor a la persona de nuestro Salvador maravilloso. No cabe duda de que muchos han podido captar esto hasta aquí, pero no han podido ir más lejos.

Pero Ezequiel vió a cuatro seres vivientes, y no sólo uno. Y los cuatro se movían con una unidad perfecta. Juan vio cuatro seres vivientes que se circulaban el trono. ¿Por qué no en el trono? La respuesta es que estas visiones no eran visiones de Jesús solo, pero de todo el cuerpo de Cristo. Ezequiel y Juan no estaban simplemente viendo a Jesús, pero también a hombres y mujeres que habían sido transformados a su semejanza y que estaban compartiendo sus atributos. Los seres vivientes representaban a personas que habían venido a ser semejantes a Jesús. ¡Que evangelio más maravilloso, que el rey-siervo, hombre-Dios, viniese al mundo hace 2000 años! Y, además, El es el primero de entre una multitud de otros que van a venir a ser rey-siervos y hombres-Dioses. Esto representa un evangelio dentro de otro evangelio.

Nosotros también reinaremos con El. Nosotros también hemos de ser siervos de Dios y del hombre. Aunque somos humanos, hemos de ser hijos e hijas de Dios, y venir a ser ‘participantes de la naturaleza divina’.

El Espíritu Santo que vivió en nuestro Salvador Jesucristo era el mismo espíritu que le hizo rey, un siervo, un hombre y un dios. El Espíritu Santo en nosotros nos da autoridad y poder como si fuésemos monarcas. A la vez nos da una actitud humilde como la de un siervo, y el poder para poder servir. Por el Espíritu Santo nosotros manifestaremos la naturaleza de Dios.

Pasemos ahora a considerar a estos cuatro seres vivientes más de cerca, y con la ayuda del Espíritu Santo veremos algo de la gloria que será manifestada en el cuerpo de Cristo. Ojalá que las visiones de Ezequiel y Juan vengan a ser nuevas visiones transformantes para nosotros.

Reyes

Jesús fue y es el rey de reyes. Pablo le describe como ‘Rey de reyes, y Señor de señores’. Juan le describe como ‘Señor de señores y Rey de reyes’ y ve el nombre ‘Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES’. De antaño, el ‘rey de reyes’ era el título de los reyes de Babilonia y de Persia. Se utilizaba para describir a Nebucodonosor rey de Babilonia (Ezequiel 26:7 y Daniel 2:37) y Artaxerxes, rey de Persia (Ezra 7:12). Estos reyes tenían grandes imperios y reinaron sobre muchos otros reyes, cada cual era el gobernante de su propio país. Sin embargo, estos reyes menores estaban sujetos y dependían del gran rey central de todo el imperio.

Esto es un cuadro del cuerpo de Cristo. Jesús es el gran Rey de Reyes, y cada miembro de su cuerpo es un rey bajo su mandato. Cada miembro está destinado a tener el poder y la autoridad de un rey.

¿Qué significa, entonces, ser rey? Tenemos que mirar a Jesús de nuevo. ¿Qué tipo de rey era? Como los reyes de antaño, tenía poder absoluto. Todo los que quería y mandaba se obedecía. Todo y todos estaban sujetos a su mandato. Pero, se diferenciaba de los antiguos monarcas ya que solo ejercía su poder para el bien. También, él estaba dispuesto a pasar su poder a otros.

Antes de inaugurar su ministerio público, Jesús mostró tener autoridad completa sobre su propio cuerpo. El mostró que reinaba sobre si mismo. Mateo dice ‘Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre’ (4:2). Solo cuando habían transcurrido 40 días tuvo Jesús hambre. Parece ser que durante los cuarenta días no sintió deseo de comer. El dolor físico asociado con el hambre solamente comienza cuando el cuerpo ha desgastado toda su grasa. Nosotros aveces denominamos hambre el sentimiento normal que emite el cuerpo cuando demanda su comida diaria, pero esto realmente no es hambre como tal. Cuando Jesús realmente sentía hambre, todavía rechazaba la oportunidad de comer. No se rendía ante cualquier demanda o apetito físico, incluso si la apetencia le llagaba de forma fuerte. Es posible que estaba cerca de morir debido al hambre pero seguía manteniendo el control sobre su propio cuerpo.

Jesús también tenía dominio de Satanás. Después de su ayuno, fue capaz de comandar a Satanás de irse. A lo largo de su ministerio tenía un control completo sobre el mundo de los espíritus. Jesús tenía esta autoridad él mismo, y lo dejó bien claro que sus seguidores también lo tendrían. En Mateo 10:1 leemos, ‘Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia’. En Lucas dijo ‘Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará’.

Jesús también tenía autoridad sobre las enfermedades ‘Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos’ (Mt 8:16). Ninguna enfermedad podía permanecer delante de él. El daba un orden, y la enfermedad se iba. Y esta autoridad no residía simplemente con Jesús, sino que él lo impartía a sus discípulos. ‘Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán’ (Mr 16:18).

Jesús también tenía control sobre la intemperie ‘¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?’ (Mt 8:27). Jesús no fue el primero en este sentido, ya que siglos antes Elías había rogado para que no lloviera durante 3 años, y luego rezó para que lloviese. Cuando Jesús no tenía barco, anduvo sobre el mar, y Pedro, cuando tuvo fe, también pudo. Cuando Jesús dio de comer a la multitud milagrosamente, lo hizo con la participación de otros.

Pero hay un área, donde no se ve de forma tan directa la autoridad en la vida de Jesús: no se manifiesta en una autoridad sobre los hombres. El no era como un rey terrenal, y decía que su reino no era de este mundo. Cuando fue tentado por Satanás, y éste le ofreció todos los reinados del mundo con la condición de que Jesús se postrara ante él; Jesús no aceptó. No aceptó porque este no era el método del padre, cuyo plan era de gobernar los corazones del ser humano en base a su propia cooperación basada en su voluntad, y no a la fuerza.

Jesús reinará hasta que todos sus enemigos estén sometidos bajo sus pies, pero ¿qué son sus pies? ¡Son parte de su cuerpo! Los pies son lo último en salir cuando se nace, y simbolizan aquellos que vencerán y reinarán con él.

Jesús impartió toda su autoridad como rey a sus discípulos. Además de los versículos previamente citados también leemos: ‘De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre’ (Jn 14:12). ‘Como me envió el Padre, así también yo os envío’ (Jn 20:21). Mucho más tarde Juan escribió ‘pues como él es, así somos nosotros en este mundo’ (1 Jn 4:17). En Apocalipsis 3:21 leemos las palabras ‘Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono’.

En el mundo terrenal los reyes no son siervos y los siervos no son reyes. Los reyes y gobernantes han reinado para su propio placer y beneficio. Muchos han producido sufrimiento y miseria a sus subyugues. Acabamos de salir de un siglo donde torturadores crueles han causado la muerte de millones, a través del hambre y de las guerras. Hitler, Stalin y Mao Tse Tong han sobrepasado a todos los que les precedieron en cuanto a la brutalidad y el sufrimiento que han causado a multitudes de personas inocentes.

Los que reinarán en el reino de Dios serán drásticamente diferentes. Serán siervos de de Dios, haciendo la voluntad de dios, y por lo tanto, sirviendo a otros también. Para Jesús, su obediencia completa como sirviente era de hacer la voluntad de su padre, y esto era lo que le otorgaba autoridad como rey. Y así ha de ser para aquellos que le siguen. Obedecerán completamente al padre celestial y por lo tanto serán calificados de compartir el trono con el primogénito.

Siervos

Como he dicho, en el mundo un antiguo un siervo era lo opuesto de un rey. Un rey tenía poder y autoridad absoluta. Un siervo no era nada más que un siervo y pertenecía a su dueño. No tenía derechos propios. Tenía que obedecer a todo lo que se le mandaba.

Jesús era el perfecto siervo de su padre. Dijo ‘Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió’ (Jn 6:38). Igual que un siervo terrenal obedecía a su amo las 24 horas del día, Jesús se rindió constantemente al Padre. No se dejó llevar por sus deseos naturales y ambiciones. La voluntad del Padre era lo más importante, e influía en cada palabra que dijo y en todo lo que hizo.

Antiguamente, los siervos servían a sus amos a la fuerza. No tenían la posibilidad de elegir de otra manera. No querían pasar todo el tiempo sirviendo las necesidades de otros, y hubieran preferido de vivir sus vidas según sus propios deseos y ambiciones; pero no tenían la libertad de escoger, y no tenían ningún derecho.

Jesús servía a su Padre por voluntad propia. Le encantaba hacer la voluntad de Dios. Para él no resultaba ningún problema ya que tenía los mismos deseos y objetivos que los de su padre.

Su dedicación y entrega a su Padre representaron la base de su entrega hacia los demás. Maravillosamente, el servicio a su propia creación está en el corazón del Creador del Padre, y ese mismo servicio está en el corazón de su hijo. Jesús mostró su actitud de siervo de forma realmente conmovedor cuando lavó los pies de sus discípulos. También les instruyó que lavasen los pies el uno al otro.

Su vida sirvió de modelo a sus seguidores, y dijo as sus discípulos, ‘Si me amáis, guardad mis mandamientos’ (Jn 14:15).

En muchas de sus epístolas Pablo se introducía a sus lectores como ‘Pablo, siervo (o esclavo) de Jesucristo’ (Rom 1:1). En otras ocasiones se introducía como apóstol de Jesucristo, pero el significado original de apóstol no es tan diferente que el de siervo, ya que simplemente significa alguien quien es enviado. Pedro, Santiago y Judás se introducen a sus lectores como siervos de Jesucristo.

Por naturaleza no somos siervos que sirven a Dios con voluntad propia, sino que seguimos nuestros propios deseos, apetencias y ambiciones en todo los que hacemos. Somos siervos a nuestras propias pasiones e apetitos. Jesús lo dijo de forma sencilla: ‘De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado’ (Jn 8:34).

¿Cómo podemos ser siervos fieles a Jesús? Nunca lo podemos hacer a través de nuestros propios esfuerzos, ni por nuestra propia voluntad. El no es un explotador que demanda servidumbre de sus seguidores. En Mateo 11:30 dice ‘porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga’. Su yugo es fácil y su carga ligera porque queremos hacer su voluntad. Igual que Jesús era uno con su Padre y le complacía hacer su voluntad, nosotros también vamos a querer hacer su voluntad en la medida en la que nos asemejemos a él. Vendremos a ser sus siervos a través de una transformación interna y un cambio de corazón.

En Juan 15:15, Jesús retiró el título de siervo a sus discípulos diciendo ‘Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer’ (Jn 15:15 ). Cuando somos unos con él, simplemente podemos cumplir con los deseos en nuestro corazón, y de una forma maravillosa y milagrosa veremos que a la vez estamos cumpliendo sus deseos también. Hacemos lo que hacemos en libertad completa, y vemos que le estamos sirviendo.

Humanos

En Jesús, Dios se manifestó como ser humano. Antes de que llegara Jesús, se había manifestado en otras maneras. Las leyes y los rituales del Antiguo Testamento eran sombras de la vedad divina. Los sacerdotes de antaño también revelaron a Dios, pero no de una forma clara. Las escrituras revelaban a Dios a aquellos pocos que tenían acceso a ellos y podían entenderlos. Jesús sobrepasó todas las revelaciones previas cuando vino a revelar a Dios en forma humana.

Era la revelación perfecta de Dios, pero incluso él tenía limitaciones. Dijo esto a si mismo ‘De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!’. Había aceptado las limitaciones cuando vino a la tierra en forma humana.

Estaba limitado a un cuerpo físico. Solo podía ser un tipo de persona. Era masculino, y no podía ser femenino. Vino como Judío, y por lo tanto no podría ser chino, ni indio, ni africano. Trabajó como carpintero, y no podía ser pescador, granjero, enfermera, atleta, músico etc. Y solo vivió hasta los 33 años. Nunca fue padre, ni predicador veterano. Pero expresaba a Dios plenamente en lo que era como un hombre judío, carpintero, ante el mundo entero de la raza humana. Será maravilloso de ver a Jesús manifestado como masculino y femenino, en toda raza, en todas las épocas, en todas las ocupaciones, y con todas la variedades en cuanto al aspecto físico.

La luz pura consiste en todos los colores individuales juntados. Cuando todas las luces de diferentes colores del cuerpo de Cristo se unan, producirán la luz pura y brillante de Dios.

A través de siglos anteriores, la iglesia ha asumido que representa a Dios. Millones de personas así lo creen. Pero si esto es cierto, la manifestación de Dios a través de la iglesia ha sido muy limitada. Los clérigos han representado un porcentaje muy reducido entre la población humana. En el caso de la iglesia católica, ha consistido primordialmente en celibatos europeos que solo han tenido un oficio –el de ser sacerdote. Esto no representa Dios en el proceso de venir a ser hombre. En este sistema religioso, Dios estaba restringido a una minoría muy reducida de la humanidad.

Incluso el sacerdocio del antiguo pacto solo estaba abierto a un número muy reducido de personas. Tenían que ser hombres, entre las edades de 30 y 50, y procedentes de la tribu de Levi. Tanto las mujeres, como los jóvenes o todos aquellos que pertenecían a otra tribu, estaban excluidos.

Cuando se revele el verdadero cuerpo de Cristo, cuando sea manifestado, será plenamente humano. Comprenderá a todo el espectro de la raza humana. Será una gran extensión de Jesús, su cabeza.

Hijos de Dios

Acerquémonos ahora a la parte más interesante de nuestro estudio, el evangelio de Juan, que revela a Jesús como Dios de forma más clara que las otras tres.

Como hemos notado previamente, Juan simplemente dice ‘el Verbo era Dios’ (Jn 1:1). También cita la confesión de Tomás ‘¡Señor mío, y Dios mío!’. Además, registra 21 ejemplos de Jesús empleando el nombre divino ‘Yo soy’. Dos veces narra como los fariseos intentaron de apedrear a Jesús, ya que según ellos, había blasfemado cuando se describía a si mismo. De esta manera (y muchas más), el evangelio de Juan presenta a Jesús como Dios. Pablo escribió que ‘Dios fue manifestado en carne,’ (1 Tim 3:16). El autor de los Hebreos describió a Jesús como ‘siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia,’ (Heb 1:3).

¿El evangelio de Juan representa Jesús como Dios, y sus seguidores como hombres con un abismo entre los dos? ¿Es este el mensaje del Nuevo Testamento, y de toda la Biblia? Durante siglos, eso es lo que la iglesia ha enseñado. De hecho no es tan diferente de lo que creían los griegos en la antigüedad, y lo que creen los hindúes hoy en día. Para éstos, sus dioses son entes de otro mundo, completamente separados de los seres de carne y hueso como nosotros.

¿Es que Jesús se consideraba como una especia diferente de sus seguidores? Es que se consideraba como un ente completamente diferente? Examinemos sus palabras otra vez.

Jesús dijo ‘Yo y el Padre uno somos’ (Jn 10:30). La reacción de los judíos era de lanzarle piedras. Jesús les dijo ‘Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?’ (Jn 10:32 ). Le respondieron los judíos, diciendo: ‘Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios’ (Jn 10:33 ).

Las palabras que tanto ofendieron a los fariseos eran ‘Yo y el Padre uno somos’. Interpretaron estas palabras como blasfemas, ya que consideraban que Jesús se creía igual a Dios. Jesús no solo se refería a sí mismo cuando pronunció estas palabras, sino que también se estaba refiriendo a sus discípulos. El rezó para sus discípulos (y para todos aquellos que iban a creer en él a través de los siglos) que, ‘para que todos sean uno; como tú, o Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste’ (Jn 17:21). Su unión con el Padre no era algo que él guardaba para sigo mismo. El rezó que sus seguidores también experimentasen esta unidad con el Padre.

Lo que rezó Jesús no era simplemente hipotético. Siempre oraba según la voluntad de su Padre, y por consiguiente cada oración que oró fue respondido. Cualquier oración que oraba era un indicio claro de que iba a suceder. Oró para que sus seguidores fuesen uno con él y con su Padre. Podemos por lo tanto asumir que sus seguidores vendrán a ser uno con él y con su Padre.

Los fariseos acusaron a Jesús de blasfemar. ¿Cómo respondió Jesús? ‘les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?’ (Jn 10:34-36).

Jesús no negó la acusación, pero involucró a sus seguidores en la acusación, citando el Salmo 82: 6 ‘Yo dije: Vosotros sois dioses, Y todos vosotros hijos del Altísimo;’. Este verso habla de dioses en el plural. Jesús mostró que era completamente compatible con las escrituras no solo para él, pero también para sus seguidores de decir que eran hijos de Dios.

Jesús siguió respondiendo a los fariseos diciendo ‘Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre’ (Jn 10:37-39)

Los milagros y otras acciones que hizo eran prueba de que él era el hijo de Dios y Dios era su Padre. Sin embargo, también llamó y dotó a sus discípulos para que hiciesen lo mismo que él, diciendo ‘De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre’ (Jn 14:12). Los mismos milagros que son prueba de que Jesús es el hijo de Dios serán prueba de que sus seguidores son los hijos de Dios.

Jesús matizó que no hacía nada ‘Hizo nada por sí mismo;’ El Padre que moraba en él lo hacía todo. ‘¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras’ (Jn 14:10-11). Luego hizo una promesa extraordinaria a sus discípulos que él y su Padre morarían en ellos también. ‘El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él’ (Jn 14:23-24).El Padre que vivió en Jesús también vive en nosotros.

Jesús dijo ‘Yo soy la luz del mundo;’. En otra ocasión dijo a sus discípulos ‘Vosotros sois la luz del mundo’

Poco antes de que dejara a sus discípulos, Jesús dijo a María Magdalena, ‘Mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios’ (Jn 20:17)

Jesús no concebía a sus discípulos como entes de un grado y estatus inferior. Tampoco nos ve como seres inferiores. El murió para que el espíritu divino que moró en él venga a morar en nosotros, y hacernos uno con él. Ese espíritu es el gran Yo Soy que vive en nosotros también. Este espíritu nos hace hijos de Dios.

Pablo habló de esto como ‘el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria,’ (Col 1:26-27). Fue escondido de generaciones antes de Pablo, y ha sido escondido de generaciones desde aquél día. Pero ahora, como entonces, dios está revelándolo a sus santos.

Muchos años más tarde, Juan escribió ‘Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios’ (1 Jn 3:1). Nosotros también contemplamos nuestro llamado con asombro.

Para bucear más en el tema véase otro panfleto ‘I AM’

El espíritu de Cristo

Volvamos ahora a la visión de Ezequiel para leer más de lo que él vio. Hablando de los seres vivientes escribió ‘Y tenían sus alas extendidas por encima, cada uno dos, las cuales se juntaban; y las otras dos cubrían sus cuerpos. Y cada uno caminaba derecho hacia adelante; hacia donde el espíritu les movía que anduviesen, andaban; y cuando andaban, no se volvían’ (Ez 1:11-13). Estos cuatro seres vivientes se movían junto en perfecta unión; e iban donde el espíritu les guiaba. Pablo hizo eco de esto cuando escribió ‘Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.’

Por naturaleza no somos reyes, ni siervos, ni dioses. No tenemos ni el poder de reinar ni la humildad para servir. Nos somos más que seres humanos degradados sin Dios. No podemos ser ninguna de estas cosas por nuestra propia sabiduría, fuerza o voluntad.

El Espíritu de Cristo es el gran transformador. Incluso Jesús no hizo nada en su propia fuerza. El mismo dijo ‘No puede el Hijo hacer nada por sí mismo’ y ‘No puedo yo hacer nada por mí mismo’. Dependía completamente del espíritu que moraba en su interior, y que provenía del Padre para todo lo que tenía que hacer. Ese espíritu en él era el rey poderoso y el siervo obediente. Ese siervo era el hombre perfecto y el Dios todo-poderoso.

Ese mismo espíritu que moraba en él mora ahora en nosotros. Lo que es imposible con el hombre natural es posible con Dios. El mismo espíritu que hizo a Jesús un siervo también convertirá a los miembros de su cuerpo en siervos. El mismo espíritu que era Dios en Jesús será Dios en aquellos que le siguen. Por ese espíritu vendrán a ser gloriosos, un cuerpo unido, moviendo en unidad perfecta y en harmonía. Por ese espíritu vendrán a ser uno el uno con el otro y con Dios.

Librete (en A5) de esta artículo -- instrucciones de la impresin